BIENVENIDOS AL GHETTO

Ya no estás solo, estamos todos en este día y cada día. No venimos a enseñarte, solo a darte un lugar para que compartas este sentimiento. No somos nada mas que un grupo de amigos que disfrutan de una pasión sin límites y quieren contarla. Por suerte nunca ningún miembro de los Redondos ha confirmado alguno de los mitos que se generaron a su alrededor, lo que hace imposible afirmar lo escrito aquí. Disfruten del viaje, termina cuando ustedes quieran.


domingo, 27 de marzo de 2016

Del polvo venimos y al pogo vamos.


Gran final en primera persona: mi hermano y yo.
Venía pateando el asunto desde hacía unos meses, como esos trámites engorrosos que cuesta decidirse a hacer.
Tenía que ir al cementerio una vez más pero esta vez para terminar con diez años de pagos, idas, vueltas, flores y mucho pero mucho dolor.
Cada vez que por algún motivo pasaba por la puerta del cementerio mi cabeza no dejaba de pensar en el tiempo que hacía que llevaba sin ir “de visita" por ahí o lo muy abandonado que estaría su lugarcito de tierra ahí dentro...
Un día, así sin pensarlo, sin haberlo planeado me bajé del colectivo en el que volvía del dentista con mis hijos, entré y consulté los requisitos para cremar sus restos.
Unos días antes, hablando con una amiga, se me había ocurrido una idea -después supe que fue la mejor de las ideas que podría haber tenido- le comenté que teníamos que levantar los restos de Nico y que todavía no sabía qué sería de las cenizas; ella me dio el consejo más sensato:
- Pensa en lo que a él le gustaba, lo que lo hacía feliz.
Y ahí se me ocurrió: EL INDIO, LOS REDONDOS

Así empezó esta locura.
Volviendo al cementerio: me iba de ahí con lo que necesitaba presentar anotado en un papel y justo al cruzar la puerta de salida suena mi celular: un what sapp me confirmaba que el indio tocaba el 12 de marzo en Tandil. ¡Pensar en una mera casualidad era imposible! Tenía tiempo de preparar todo, era 2 de febrero recién. 
Con idas y vueltas de trámites, con dolor de reviví muchos recuerdos y cosas que pasaron al momento de su entierro. Es tan difícil superar la muerte de alguien que amaste, alguien que tenía tanto por vivir, por compartir. Diez años después, allá fui casi sin dormir. Tras una mañana de lágrimas, el 25 de febrero a las 11 a. m. me dieron las cenizas todavía tibias de mi hermano en una cajita pequeña como de zapatos y ahí en el cordón de la vereda me senté al lado suyo y supe que la peor parte, la más dolorosa de toda esta locura ya estaba hecha. Lo sentía más presente que nunca cuando volvió a sonar el teléfono: era mi hermana. Ella no sabía dónde estaba ni qué estaba haciendo yo; me dice que le contó nuestra idea de la despedida a un conocido y que probablemente él nos conseguía las cuatro entradas que necesitábamos para el recital, ¡¿Casualidad?! ¿Cómo se puede pensar en ese momento y ese lugar en casualidades?
¡Era él que desde donde estaba nos hacía saber que ese delirio que se me había ocurrido charlando en un viaje en colectivo era lo correcto!

A la mañana siguiente, la confirmación de las entradas cambió mi estado de ánimo y pasé de estar terriblemente triste a una euforia total. Ya estaba todo dicho, ¡Tandil nos esperaba! El flaco, mi gran compañero de la vida, y yo íbamos a viajar en el auto con una pareja de amigos, todavía faltaba ver como viajarían mi hermana y mi sobrina; Sol, la hija de Nico, que con sus once años sería parte de la ceremonia de despedida de su papá. Los dos viajes que faltaban cayeron del cielo, como no podía ser de otra manera. Dos chicas increíblemente luminosas que sin conocernos pero conociendo nuestra historia y la idea del viaje se ofrecieron a llevarlas con ellas. Ahora sí estaba todo listo. Quedaba contar los días, aun sin creer la manera en que se dieron las cosas...

Llegó el 12 de marzo, los bolsos ya armados y la idea de olvidarme las cenizas en casa no me había dejado dormir, así que medio zombie, nos fuimos con la cajita bajo el brazo y la emoción a flor de piel. En la ruta las cenizas pasaron a ser “el chabón”, mi hermano; lo lleve conmigo todo el viaje. Bajábamos y él bajaba conmigo, sólo quedó a cargo de algún compañero cuando tuve que ir al baño. Tenía la necesidad de estar junto a él, sentirlo conmigo.
Ya en Tandil con un par de lágrimas caídas en el camino, nos tomamos juntos el último Gancia y nos comimos el último chori. En el aire flotaba una energía inigualable, como si todos los que andaban por ahí fuesen parte de eso que me pasaba. Esperar a mi hermana y mi sobrina se hizo eterno. Llegaron sobre la hora con las pulseras de invitados y las chicas llenas de luz. Empezamos a caminar hacia la entrada, hacia la famosa misa india; la peregrinación estaba llegando a destino. No pude dejar de abrazar a Sol que ahora llevaba a su papá en la cajita. Por fin entramos al predio, ¿Y ahora? ¿Cómo se hace esto? ¿En qué momento? ¿Al aire? Alguien podría molestarse si lo ensuciamos de cenizas...
Entonces, pregunté:
- ¿Che… con qué tema lo largamos al "chabón"? ¿Con “Ji ji ji”?
- Sí. Vemos todo el recital con él y con el último tema lo dejamos ir.


Y así fue.
Después de una lista larga que nos llenó de recuerdos de él, de llorar un poco y abrazarnos mucho y muy fuerte el Indio dijo:
- ¡Ahora una que sepamos todos!
Suenan los primeros acordes de “Ji ji ji” y el corazón se acelera. Era la hora de dejarlo ir para que sea rock. Destapé la cajita que llevaba su nombre en la tapa -Pablo Nicolás- y abrí la bolsa; le ofrecí cenizas a su hija que metió la mano e igual que yo agarró un puñado. Así, con la euforia de la música y de la despedida, en el medio del pogo más grande del mundo dejamos caer las cenizas de quien para mí era mi hermano y para ella su papá. No supe del mundo en ese instante.
De repente un pibe que tendría la edad de Nico al momento de morir -21 años no mucho más- se me acerca y me pregunta qué era eso que tirábamos, a los gritos le contesté:
- ¡Las cenizas de mi hermano, loco! El chabón más ricotero que conocí.
El pibe inclinó su vaso y uniéndose al ritual dejó caer sobre las cenizas un chorrito de cerveza. Cuando la ceniza dejó de caer de mi mano y la cerveza de la suya lo abrace con la sensación de estar abrazando a mi hermano por última vez. El pibe no tiene idea de lo que significó ese abrazo para mí. La ceremonia terminó con mi hermana, mi sobrina, el flaco, el pibe, las dos pibas llenas de luz, y yo apretados en una ronda de mini-pogo. Terminó el tema y no pude más que arrodillarme ante el Indio y gritarle mis gracias, gracias y gracias.
Su música nos unió aun después de la muerte, me hizo sentirlo más vivo que nunca y me dejó la sensación de paz que no había podido sentir en diez años. Me sentí feliz de estar ahí y de compartirlo con esas personas (aunque faltó mi otra hermana; con ella hubiera sido aun más perfecto). Con alegría y música le dimos un final feliz a una historia trágica y encontramos un nuevo modo de conectar con quien ya no está. Ahora Nico es “Ji ji ji”, ahora está más cerca aun estando nosotros en Buenos Aires y él en Tandil.
Quién dijo que Nico se fue, si ahora está más presente que nunca?
No lo soñé, hermano. Te llevo conmigo hoy y siempre: ¡Ricoteros aun después de la muerte!

Nico es Ji Ji JI.